Disolver la imagen / Fijar la memoria

Miguel Ángel Hernández

 

Borrar la imagen. Perder la memoria. Recuperarla. Borrar para fijar el tiempo. Es lo que hace Tatiana Abellán. Proyectarse en los otros. Viajar al pasado. Caer al vacío del olvido. Y dejar allí un punto fijo, la reserva de un mundo que no quiere irse del todo. “Fuisteis yo”, dice la imagen. Lo dice a los otros: ellos fueron; y ahora, de algún modo, son. Siguen siendo. Aunque ya que no quede nadie para recordar. Aunque todos hayan perdido la memoria. Ahora son. De nuevo. Aquí. En las manos que borran y en las manos que quedan. En las manos que son más y menos que un rostro. En las manos que condensan el peso de la imagen. De una imagen que pretende disolver el tiempo, darle la vuelta, torcerlo, hacerlo tangible, sustancial, líquido. Y convertir la imagen en materia. Deshacer lo visible para devolver la imagen a su ser-cuerpo. Imagen-tacto, imagen-huella que regresa cuando todo parecía haberse evaporado. Porque el borrado instituye una nueva memoria, una constelación de tiempos que convierten la fotografía en un palimpsesto heterocrónico. Tiempo múltiple, condensado en un pequeño punto de sutura, en una interrupción que frena el curso de la historia, en una huella a través de la que la imagen late y respira.

Tatiana Abellán se adentra en el olvido. Ejerce violencia sobre la memoria. La mira a contrapelo, disolviéndola a través de pequeños toques de algodón untado, borrando el pasado a través de caricias de tiempo. Citaba Benjamin a Mongold: “Sólo el futuro tiene a su disposición reveladores lo bastante fuertes como para hacer que la imagen salga a relucir con todos sus detalles”. Y sólo el futuro permite “leer aquello que nunca fue escrito”. En Fuisteis yo el revelador es más bien un desvelador. Trabaja al revés, dándole la vuelta a la historia, confrontándola con su propia fragilidad, a través de la destrucción. La destrucción como salvación. También lo decía Benjamin. Sólo así la imagen hará saltar por los aires el continuum de la historia. Imagen dialéctica, sin lugar a dudas: “la imagen que relampaguea en el ahora de la cognoscibilidad es una imagen de recuerdo”. Porque es ahora cuando la imagen se abre. Ahora cuando se fija y es posible leer aquello que nunca fue escrito. El “fuisteis yo” de la imagen.

Borrar para ser. Dejar el espacio vacío para proyectar el yo sobre un otro que se ha perdido para siempre. Destruir y conservar. Materializar la imagen. Deshacer como quien desmaterializa y, en la acción, ser consciente de la materia, devolver la imagen a la materia. Imagen-cuerpo, imagen-tacto, imagen-presencia que regresa cuando tendría que haberse evaporado. Imagen latente. Porque está ahí, latiendo, agazapada en el blanco amarillento del fondo borrado; está en la memoria, en la retina, está porque una vez estuvo. Una vez en el pasado. Una vez en el tiempo. Una vez que de algún modo sigue latiendo en el cartón, como huella, como sombra, como imagen que se resiste a través de su camuflaje con el vacío. Imagen que se hace el muerto, que muere de nuevo para vivir para siempre, para haber sido un nosotros. Imagen que vuelve atrás en el tiempo a través de un desvelamiento para dejarnos leer lo que no fue escrito, para hacernos ver aquello que no fue visto.

El “fuisteis yo” de la imagen: ser aquello que aún no había sido y que, sin embargo, era pura potencia de imagen. Ser un yo que aún no había llegado, un yo-por-venir. Ser más allá de aquello que ha dejado de ser. Porque la imagen ya no es más recuerdo de los otros. Porque este es el verdadero trauma. No el borrado; no la destrucción de la materia; sino el borrado en la mente de aquellos que la recordaron. El trauma de que la imagen ya no signifique. Porque no hay un referente, porque el sujeto ya ha desaparecido. Pero también porque aquellos que recordaban, los que le daban sentido a la imagen ya han dejado de recordar. Borrar cuando ya todo ha sido borrado. Borrar para efectuar sobre la imagen algo que ya ha sucedido en la realidad. Borrar para dar cuenta de la fragilidad de la memoria: borrar para instituir un nuevo recuerdo, para fijar la imagen en una nueva memoria. Una memoria compuesta a través de una suma de tiempos que se dan citan en la imagen: una constelación en el límite de su desaparición. Pura heterocronía. El tiempo de la imagen, el tiempo de la pérdida, el tiempo de la fijación, el tiempo de la mirada, el tiempo de la memoria, el tiempo del olvido. Fuisteis yo, en su propia formulación, introduce esa temporalidad múltiple, que es también una multiplicidad subjetiva. Fuisteis el pasado de algo que aún yo no soy presente. Vosotros, los otros que no son yo, fuisteis eso que yo no he logrado ser. Yo sólo soy en vosotros. Vuestra intimidad me pertenece. Vuestra intimidad es lo que soy. Intimidad vuelta del revés: extimidad.

Fijar la fotografía para mostrar el punto de resistencia de la imagen, para hacerla visible como un pequeño escudo tras el que se esconde el resto, un residuo, una latencia. Y ahí, en esa pequeña resistencia, en eso último que se resiste, establecer la imagen, condensarla; mostrar el grito callado antes de la desaparición. Porque ahí está la imagen toda, no sólo la imagen concreta que mostraba la fotografía, sino la imagen como visibilidad, toda su potencia de cambio y resistencia. Es ahí donde sobreviven las luciérnagas, donde el cristal ya no puede volver a romperse, en el fragmento más pequeño después de la destrucción, donde la imagen se niega a desaparecer del todo, donde la materialidad de la imagen se niega a ser absorbida por la disolución. Y ahí, entonces, se frena el tiempo; se detiene por un momento el proceso que convierte a la imagen en puro escombro. Lo escribió Walter Benjamin en sus tesis sobre la historia: “Articular históricamente el pasado no significa conocerlo ‘como verdaderamente ha sido’. Significa apoderarse de un recuerdo tal como éste relampaguea en un instante de peligro.” Es en el relámpago del recuerdo donde todo se puede ganar o perder para siempre. En el instante de peligro. En el centelleo evanescente. En ese espacio permanece la sombra, la huella, el rastro, la estela, la imagen toda, explosiva, latente, viva, mostrándose como puerta de tiempo, abriendo en nosotros algo que está más allá de su propia historia, haciendo emerger una potencia que está más allá de su propio haber-sido: su posibilidad de existir en una memoria por venir.